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Martinica 2009 | ||
A las ocho ya esperamos en el embarcadero de la playa de l'Anse à l’Âne al transbordador que nos llevará a la capital, Fort-de-France. Son tan solo cinco quilómetros.
que se recorren en veinte minutos.
Paseamos por el bulevar del General de Gaulle y la rue de la Liberté donde se encuentra la biblioteca Schoelcher, un edificio de estructura metálica que se trajo de la Exposición Universal de París de 1889. La plaza principal de la Savane está en proceso de transformación; cuando terminen las obras será un magnífico lugar de encuentro para los foyaleses: animaciones luminosas, islotes de vegetación temática, espacios artísticos, tiendas de artesanías, etc. No sabemos si tras la reforma se conservará la estatua de Josefina de Beauharnais, nacida en Les Trois-Îlets y primera emperatriz francesa, ya que los martiniqueños no le tienen mucha simpatía; la culpan de la restauración de la esclavitud por parte de Napoleón en 1802 y la cabeza de la estatua suele desaparecer de vez en cuando, parece que los independentistas le han puesto precio a su cabeza. Comemos muy bien en Bistro Savanne: mi mujer, un pollito al jengibre y ananás y yo, un pulpo con haricot verts. Hemos pasado mucho calor durante la visita a Fort-de-France, así que regresamos para las cuatro en el transbordador a disfrutar de la tranquila playa de l'Anse à l'Âne. A partir de las cinco de la tarde se empieza a observar unas diminutas moscas revoloteando en torno nuestro, como de reconocimiento. Es la hora en que los jejenes salen de su letargo y entran en actividad, todavía no pican pero están avisando que pronto lo harán. Es el momento de recoger los bártulos y abandonar la playa. Usar repelente evitará que te acribillen pero ten por seguro que no saldrás completamente indemne de picaduras. Y cuidado: mientras los jejenes hembras pican, no se nota nada, solo pasados quince minutos sientes la comezón y empiezas a ver los ronchones, sobre todo, en los tobillos, su lugar favorito para las extracciones. Los tobillos acribillados de dos turistas que ayer recogían conchas en la playa nos avisaron de la presencia de estas diminutas moscas de la arena. Nos trasladamos a la piscina de nuestro alojamiento, donde vemos pasar las horas leyendo alguna novela. Al atardecer, se escucha cantar a los insectos y demás animalillos del bosque. ¡Esto es vida!
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