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República de Birmania 2006
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7 de diciembre, jueves Visitamos temprano el mercado de Kyaing Tong, el mejor con diferencia de todos los que veremos en Birmania, por variedad, limpieza, calidad de los productos y porque el grueso de clientes aún no ha llegado y nos podemos mover sin agobios.
![]() Venta de tofu en el mercado de Kyang Tong Dada la cercanía con China y Tailandia, en el mercado funcionan las tres monedas, el baht, el yuan y el kyat, la frontera está a tan solo cuarenta kilómetros. Hay mucho intercambio, no solo de productos, también de personas, ya que muchos birmanos trabajan en Tailandia. Entramos en el templo Zon Kham. —¿Por qué hay siempre tantas imágenes de Buda en los templos, no sería suficiente con una o dos?— pregunto a nuestro guía, Ko Yee. —Hay dos razones principales: suelen ser ofrendas de diferentes personas, fíjense en el cartelito en la base de la imagen con el nombre del donante, o bien, se han traído de otros templos que amenazaban ruina. Pero ahora, miren la encina de la cabeza y miren el tercer ojo, ambos son símbolos de iluminación y esas orejas tan largas indican sabiduría. Deben saber que aunque las estatuas de Buda parezcan todas iguales, no lo son, fíjense en las manos, hay hasta cincuenta y cinco posturas diferentes que se llaman mudras; son posturas místicas de las manos y cada una tiene su significado. Los mudras remontan su origen a la danza hindú, que es la expresión más elevada de religiosidad. La mayor parte de la gente solo conoce unas pocas posturas; la más popular, sin duda, es la postura de iluminación. Al salir del templo, la brisa nos trae una letanía monótona que parece como una oración, —¿qué dice?—, es el rezo de los bonzos que unos altavoces esparcen por todos los rincones de la ciudad. Visitamos ahora el templo Mahamuni, dicen que aquí venía el rey de la etnia Shan a meditar todos los días. Ko Yee nos asegura que el bonzo mayor de este templo es un tipo famoso en el país y ahora está de viaje en California. La imagen de Buda de este templo se fabricó en Mandalay y tuvieron que cortarla en tres partes para poder transportarla hasta aquí en carretas tiradas por búfalos. Tardaron seis meses en el traslado. ¿Y por qué este Buda lleva corona? En el siglo XVII un rey prestó su corona y vestidos reales a una imagen de Buda y a partir de entonces se impuso la moda de cubrir las cabezas de los Budas con una corona. La original fue expoliada por los ingleses, la que se ve en la foto de abajo fue instalada después de la independencia y es mucho menos valiosa.
Almorzamos en el restaurante Lok Thar: unos fideos, tempura, pollo con verdura, verdura con tofu y pescado al jengibre. Todo estupendo. Algunos hombres se dejan crecer una diminuta mata de pelo en la mejilla, ¿para ocultar alguna verruga? Que va, una vez más, se considera un amuleto para atraer la buena suerte. Salimos a las tres menos cuarto hacia Heho. Es como coger el autobús, no llevamos ni un minuto en el avión y ... ¿estamos todos?... ¿sí?... y despega. Los que tengáis recelo por la seguridad de los aviones, podéis volar tranquilos —si evitáis la compañía aérea del Gobierno, Birmania Airways, claro—; los aviones son modernos y el tráfico aéreo escaso.
Fijaros en el bonzo de la foto; viajó con nosotros desde Kyaing Tong a Heho y en el parqueo del aeropuerto le esperaba un Toyota Grand Royal con chofer y todo, ¡caramba, qué bien se cuidan algunos bonzos! Seguro que es uno de esos bonzos de alto rango que se saben de memoria las dieciséis mil páginas del Tipitaka. El chico del pareo azul nos ofrece miel en panal, de buena gana le hubiera comprado algo, pero es un pringue viajar con ella. La carretera hasta Nyaung Shwe es estrecha y muy transitada, flanqueada por filas de enormes árboles. Hace 500 años estas tierras eran parte del lago, ahora, el aumento de la población en sus orillas y la tala de árboles han hecho que las lluvias arrastren más lodos de los deseados y la consecuencia ha sido la disminución del nivel del agua. Nos detenemos veinte minutos para visitar el interior del monasterio Shwe Yan Pyay, construido totalmente en madera, de techos y fachada labrada. Penetramos en las habitaciones de los bonzos y me sorprendo una vez más que nos reciban con una sonrisa, jamás veremos una mala cara ante esta evidente intromisión en su intimidad, realmente sus rostros transmiten felicidad y paz. Llegamos con las últimas luces del atardecer al embarcadero de Nyaung Shwe, donde tomamos una barca a motor hacia nuestro alojamiento en el lago. La llegada al anochecer al Inle Princess Resort es inolvidable: cientos de farolillos sobre el agua dibujan el camino hacia el embarcadero del hotel, totalmente construido en madera. Nos alojamos en palafitos individuales de amplios ventanales y decoración austera pero con detalles de buen gusto.
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